Como siempre, querido diario, sólo acabo viniendo aquí cuando me suceden cosas que no puedo hablar con nadie más que contigo. Dicen que después de la tormenta llega la calma, y así ha sido, pero esta no es todo lo apacible que debería. He pasado meses devastada, lo cual me ha provocado serios problemas de ansiedad. A veces soy capaz de lidiar con ellos, otras veces sólo puedo intentar no vomitar y dejar de hiperventilar. Son las secuelas de soportar más de lo que se debe. Sin embargo, a ojos de otros puede que yo no sea aquí una víctima sino la causa del dolor, lo cual también es algo que me atormenta. Por una parte, las heridas aún no han cicatrizado. Todo acabó abrupto, tenso... Y con ganas de hacer daño por su parte. Odié todo, pensé de verdad que podríamos ser amigas. A veces el ser humano es tan complejo... Me pregunto qué será de ella, si me echará todo el cara si le hablo, qué me habrá dicho en aquel último mensaje de voz que nunca abrí. Pero no sé si quiero saberlo
Siempre he renegado de ti. He dicho a todos mil veces que no me gustas, lo imperfecta que eres. Que tienes estrías por todas partes. Que la celulitis se nota a kilómetros en tus muslos. Que tus pechos están caídos y no son estéticos. Que mira con qué cara te levantas, ojerosa y llena de acné. Se podría decir que te odiaba, es más, he llorado muchas veces por tener que soportarte tal y como eres. Porque no se suponía que tenías que ser así. Porque tu barriga no debía formar pliegues al sentarte. Porque una 36 te debía entrar. Porque no deberías tener papada cuando miras hacia abajo. Porque tus piernas son demasiado robustas y descompensan tu cuerpo. Sin embargo, hoy he decidido confesarte mi amor. Perdóname por todo lo malo que pensé de ti. Ni tu celulitis, ni tus estrías, ni tu acné me harán que me aleje de tu lado. Estaré siempre para cuidarte y protegerte hasta el fin de mis días, y jamás haré nada que haga que te vayas de este mundo antes de tiempo.